Voy a describiros la siguiente situación:


Es la hora de comer, ponemos la mesa, nos sentamos todos y entonces se escucha “no me gusta”, yo le explico que es lo que toca hoy de menú y que se lo tiene que terminar, sigue negándose incluso me aparta el plato. Entonces le digo “si no te terminas el plato no tendrás tu postre favorito”. La persona aún más enfadada tira el plato al suelo y grita. Yo aún más enfadada le digo que se queda sin ver la TV y sin postre.
Vamos a analizar lo ocurrido:

En esta escena ¿quienes creéis que son los protagonistas? Seguramente, habéis imaginado que era un adulto con su propio hijo, un menor. O quizá habéis imaginado que era un monitor con una persona con discapacidad, ya sea adulta o no. Pero ¿alguno de vosotros habéis imaginado esta misma situación con dos adultos totalmente independientes? seguramente no.


De hecho, si viéramos esta escena entre un hombre y una mujer diríamos que es maltrato. Pero entonces, ¿qué pasa con los castigos? pues lo que está ocurriendo aquí es que ante una conducta que a nosotros nos parece preocupante e inadecuada, ponemos una consecuencia desagradable para la persona, pensando que así aprenderá a que la próxima vez no se repita. La pregunta importante para nosotros es ¿estamos respetando a la persona (ya sea un menor, adulto, persona con discapacidad)?, ¿estamos respetando todos los derechos que tenemos las personas?, ¿estamos procurando una vida digna, con capacidad de elección? No, no lo estamos haciendo. Pero por desgracia vivimos aún en una sociedad que se cree con el derecho o deber de imponer estas consecuencias cuando hablamos de niños/as o personas con diversidad funcional.

Ahora, os voy a contar cómo trabajamos nosotros. Nos habréis escuchado hablar en muchas ocasiones que nos basamos en el apoyo conductual positivo (ACP) para ayudar a las personas con las conductas que nos preocupan. ¿Pero qué es eso realmente? Si quisiéramos resumir en una frase lo que es el ACP diría que es conocer en profundidad a las persona para poder anticiparnos a las conductas que nos desafían de forma que estas disminuyan en frecuencia e intensidad. Así mismo, este conocimiento exhaustivo de la persona, este “mirar con sus ojos” también nos ayuda a apoyarla en el aprendizaje de nuevas herramientas para enfrentarse a situaciones que no le gusten.
Para ello analizamos los posibles desencadenantes, sus intereses, sus necesidades de apoyo en la comunicación, aprender conductas alternativas ... todo esto con la ayuda siempre de las familias y de sus personas de referencia dentro de nuestros recursos.
Ponemos en marcha las estrategias, es un camino largo y duro, quizá más largo de lo que nos gustaría; pero lo que sí tenemos claro aquí es, que los castigos, no funcionan.


Quizá creemos que sí, que frenan la conducta en un momento puntual, eso puedo reconocer ocurre, a veces conseguimos con los castigos que una conducta pare en un determinado momento, pero la pregunta adecuada es ¿qué está aprendiendo la persona a la que castigamos?, ¿qué enseñamos con nuestra acción constante de castigar?, ¿de verdad eso va a ayudar a que el próximo día con los mismos desencadenantes la conducta no vuelva a aparecer? Seguramente no, o seguramente si no aparece es simplemente porque está en juego el factor miedo, miedo a que me quiten lo que más deseo, lo que llevo esperando todo el día, mi mayor momento de placer, comer mi postre favorito mientras veo la TV.